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En la pintura de Alejandro Quincoces hay dos realidades representadas y complementarias: la realidad externa, vista, sentida, aprehendida y la realidad física del cuadro expresada en el uso de los procedimientos pictóricos.

Hay un deseo deliberado de expresar e imbricar esas dos realidades en un todo uno; cuadro-ventana, plano pintado. Los motivos o temas pintados proceden del entorno diario, de la vida común a todos, (en este sentido, el emblema que más caracteriza a la sociedad actual es la autopista, el viaje en coche, más que las expediciones a Marte o los estudios sobre la luna) y vistos por distintos medios: televisión, fotografía, o la visión directa de lo cotidiano. El objetivo de todo es implicar al espectador en una imagen reconocible de sentimientos y expresiones en que, a veces, el pintor deja entrever un mensaje sobre pensamientos ante lo relativo del tiempo, del transcurso de la vida, de la implicación social inevitable, de la sumisión de todos ante el destino ya previsto.

Piensa que la vigencia del arte y la pintura en general están fuera de discusión, comer o amar no han perdido su importancia, pintar es una posibilidad vital cuya práctica y manipulación directa la hacen insustituible para el futuro del arte. Es clara su preferencia por el poco color buscando sus “sugerencias”  más que las purezas y su creencia en lo mixto más que en lo puro, en la destrucción más que en la construcción de la forma para transferir al espectador el trabajo de participar en la recomposición de la realidad vista y sentida por él.

Impurezas calculadas de procedimientos técnicos y materiales para la máxima diversidad plástica.

Cree en todas las maneras de entender lo artístico, pero sobre todo en la pintura como posibilidad; su dificultad ofrece un reto enigmático e irresistible.

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